DE AMOR Y CABRITAS
Muchos presumen tener una
banda sonora de su vida, bueno, yo me jacto de tener una “banda”
cinematográfica de mis relaciones amorosas. Me veo junto a ellas a las tres de
la mañana, esperando que llegue aquél que me hará dormir, llorando
tras terminar una relación o pavoneándome por creer estar en el momento
perfecto.No soy una especialista en
cine, por lo tanto, poco me importa que la película sea mala o buena, para mi
depende del momento y del secreto que guardamos juntas.
Como todos, suelo buscar en ellas semejanzas y respuestas respecto a lo que estoy viviendo, indagando en aquello tan huidizo como es el amor. Un día soy Clementine otro Iben, y sonrojándome puedo decir que más de una vez he sido Bridget Jones, pero “nunca – nunca” Amélie.
Como todos, suelo buscar en ellas semejanzas y respuestas respecto a lo que estoy viviendo, indagando en aquello tan huidizo como es el amor. Un día soy Clementine otro Iben, y sonrojándome puedo decir que más de una vez he sido Bridget Jones, pero “nunca – nunca” Amélie.
Acabo de cerrar un ciclo de
lo que fue la historia más tormentosa en la que me he sumergido – si a eso
pudiese llamar historia-, y como es natural o como me es natural, vuelvo a
escrudiñar en las películas para descubrir algo que no tengo claro y de paso
encontrarme. Porque uno se pierde y con urgencia necesito realizar un mapa escrito
en imágenes. Hoy comienzo un nuevo plano, uno que me llevará a un principio,
desde el primer amor al último desamor. No busco generar una cronología, sino
recorrer nuevamente esos lugares, reconocerlos y tal vez, sólo tal vez,
aprender algo.
Pues bien, si las películas son las responsables de la
distorsión de aquello que llamamos amor, merecemos de ellas una respuesta.
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